Puedo utilizar
los dedos de mis manos para contar las veces que lo he visto, y aún así me
sobrarían dedos.
¿A qué te
dedicas? – le pregunté con la esperanza de que me dijera “escapista”, pues las
últimas veces que nos vimos y/o hablamos, la frase “me tengo que ir” formó parte
esencial de la conversación.
La verdad es
que nunca me quedó clara su profesión. Lo único que realmente me quedó claro
fue, que probablemente pasaría mucho tiempo para que nos volviéramos a ver. Y
no por falta de ganas, sino por un “detalle” o compromiso, sí, un compromiso
que tiene nombre y apellido.
Al principio
traté de verme “fresca” y de decirme a mi misma con una seductora voz interna –
Baby, estas cosas pasan, pero c’mon darlin’, sabes que en dos días esto será
parte del pasado – me dije… Es la fecha en la que no logro superarlo y ya va
más de un mes. Ahora mi seductora voz interna sólo sabe decir - ¡mierda!, me
enamoré. –
De pequeña
cada que me enojaba alguien me decía -El que se enoja pierde-, y yo me enojaba
más. Ahora estoy segura de que esa frase es inadecuada, en realidad se debería
decir -el que se enamora pierde-, como yo, yo me enamoré y por mera lógica argumentaría,
yo perdí.
Lo que más
detesto de enamorarme, aparte de perder, es que salen de mí un par de personajes
los cuales me incomodan. Al principio sale la “india María con todo y reboso”
que llevo dentro, no hay mucho que hablar de ella, no más allá de lo evidente,
pues. Quien realmente me incomoda, es el maldito, cursi y empalagoso poeta que
habita en mí. ¿Qué puedo decir? Soy una cursi de closet, y lo detesto, y lo que
más detesto es que me guste ser así.
Pero igual es
de closet, pocos conocen a ese poeta, pocos como él.
–Maldita sea- dice mi seductora voz interna.
Eso sí, el
cursi closetero tiene historias e ideas muy buenas, si pudiera filmar todas las
versiones que me ha contado de éste enamoramiento, seríamos millonarios, y tal
vez ya no me daría vergüenza sacarlo a la calle, o aunque sea del closet.
Hace poco me
contó una historia muy shakespeareana, en la que los personajes (o sea el
escapista y yo) decidían huir juntos, aunque fuera por un solo día, un día para
ellos. Acordaron de verse en el bosque (un café), tomar un corcel (el auto) y
huir a otro reino (manejar hasta la playa más cercana).
La historia me
parecía increíble, pero la verdad es que nunca creí en los cuentos de hadas, ni
sus finales felices, ni sus falsos argumentos del amor.
PD: siguen existiendo poemas, historias y demás cosas amorosas, por si el escapista decide aparecer. Están escondidas en las cajas de zapatos, dentro del closet.
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